No escucho tus palabras, esta vez no.
Esta vez he decidido acurrucarme sin sentirte, sin oírte, sin pensarte.
Me derrito si me sonríes, si me miras y me guiñas un ojo. Tiemblo cuando te vas aunque el frío penetre más, te has ido y no sé si es para siempre porque fue sin avisar.
Pensé que sería diferente tenerte delante y saber que decir. Pero mis palabras son crudas y no saben a nada, han perdido el valor que las quedaba y no por mi culpa.
Me siento, me tumbo y me levanto casi tres veces al día porque sigo oyendo tu voz estando en silencio. A lo mejor lo que oyes no soy yo, porque yo estoy en el bar de siempre con el café de siempre. Esperando a lo de siempre. Siempre es lo mismo por eso no hablo con nadie ni susurro al viento mis problemas, estoy incompleta cuando te vas y te involucras en la barra del bar con cinco tequilas.
Quiero oírte cerca para siempre para poder decir que mi risa existe.
Porque últimamente cuando hablas solo te pido a ti. Solo oigo tus palabras. La leve sinfonía de tus cuerdas vocales. Y lo demás tiene menos importancia. Porque solo me importas tu. Tu incontrolable sentido de la vista. Tu olor.